No
contestabas a los mensajes y decidí salir a buscarte.
Siempre
estás en el trabajo, menos cuando finges estar trabajando.
- ¿Tú qué haces aquí?
Me
dices vestida de negro -luto-.
- Sólo te voy a robar 10 minutos más.
Te
digo vestida de flores -cementerio.-
- Está bien, vamos a sentarnos fuera.
(¿”Está
bien”? ¿Qué está bien? ¿Dónde? ¿Durará? ¿Estará segura de
que está?)
Nos sentamos y sé perfectamente que nadie acudirá a este entierro, muchos menos a pagarlo. Apagarlo.
- Dónde andas, que ya no asaltas mi buzón de entrada.
Debería
haber preguntado con quién. Con quién andas por los cables,
desnuda.
- Lo siento, estoy muy liada con el trabajo.
(¿Lo
sientes? ¿Qué y cómo? Lo tuyo es otra cosa.)
- Bueno, como cuando empezamos. Pero al revés.
Me
reconozco, pero ni si quiera estoy segura de si alguna vez empezamos
algo.
- ¿Al revés? ¿Qué quieres decir?
Hueles
a miedo.
- Nada, bueno, - Nada bueno- ¿Qué te debo, camarera?
Te
digo, mientras saco a Grecia de la mochila, con la sonrisa que me
representa.
- Tú nunca le debes nada a nadie.
Miras
a Grecia.
-
No mientas, que a ti no te pagan por hacerlo.
- No miento.
Que no miente dice, que no sabe parar. Que ha retirado la mirada 10 veces antes de decirme dónde no estaba. Que se cree que no me conozco sus fines de semana rodando en otras camas. Que no, miente.
Saco un papel y un boli y escribo:
A la chica rebelde del sur: paseos sin vuelta de hoja por Córdoba, 10 noches durmiendo bajo los efectos de la risa y más risa.
A
la que creí salvavidas antes de dejarme ahogar: Un concierto de la
Mala, 10 porros, 150 bailes, un paseo por la India, y un libro de 200
páginas.
A
la más guapa de mis libros favoritos: Liar 50, dejarme arropar, ser
yo esta vez la borracha. Dejarme ver a su alrededor mientras recita.
Abrazo. Beso. Reconocerme feliz con la canción más triste.
Paseos
por y a medio mundo.
A ti: una explicación.
A ti: una explicación.
A
mí: ser feliz de una puta vez.
Te
lo acerco y antes de que empieces a leer ya te intuyo confusa y
asustada.
Ay, el miedo del que sabe que va a empezar a valorar algo cuando lo pierde.
Todavía confundimos conquistar a una camarera con follárnosla.
Ay, el miedo del que sabe que va a empezar a valorar algo cuando lo pierde.
Todavía confundimos conquistar a una camarera con follárnosla.
- ¿Me debes una explicación?
Abro Grecia por la página 248. Se posa en tus manos.
-
Lee.
Te
miro sin hacer ruido.
Te observo mientras lo haces; sonríes.
Idiota, no sabes lo que te espera. Yo desde luego no.
Otra línea; sigues sonriendo.
Yo permanezco seria, inerte e hiriente.
Llegas a mi parte favorita: el final.
Te observo mientras lo haces; sonríes.
Idiota, no sabes lo que te espera. Yo desde luego no.
Otra línea; sigues sonriendo.
Yo permanezco seria, inerte e hiriente.
Llegas a mi parte favorita: el final.
Te
noto otra vez asustada. Acojonada. Como si a un gato le quitas de
repente 6 vidas y media.
'¿Lo sabes, verdad? ¿Sabes que te quiero?
Pues
te equivocas.'
Ese era el final. Y yo lo elegí entre tantos para que fuera el nuestro.
- Puede que tengas razón y ya no le deba nada a nadie, y lo que queda sin tachar en esa lista sean deseos y no deberes.
Me acerqué a tu boca y te besé como si no hubiera mañana -para nosotras ya no-.
Aún sigo viendo tu palidez cada vez que miro por el retrovisor del coche y aún me sigo riendo mejor como última que como primera.
Ahora
ya sabes que nunca fui una opción.