viernes, 23 de octubre de 2015

Madrid.


Pierdo la noción del tiempo, hablo con prisas, ando esquivando, gano personas que me han ganado a mí. Hablo en y de sueños. No duermo, por ruido, nervios y formas.
Hablo de Madrid como si estuviera enamorada de ella, porque lo estoy. Pero también la odio. Odio cuando la mastico porque la siento pérdida, odio cuando corro y nunca llego a tiempo. Odio, porque de quererla todo el tiempo dolería mucho más.
He conocido risas que me han salvado mil veces la vida, ojos en los que me he quedado a vivir, y ahora que no los tengo delante me siento como una ciega que ha perdido a su perro guía.
Soportemos la pérdida, y asumamos si es así que vendrán cosas mejores, pero también peores. Más o menos tiempo. Más o menos miedo. Más o menos risa. Más o menos sexo. Más o menos. No dejemos de hacer cuentas, pero que no se nos olvide quién nunca más podrá contar con nosotros.
Si pudiera escribir todo lo que he callado este tiempo, publicaría un libro con una soga en la portada y una nota de suicidio al final. Pero sigo llegando tarde a todas partes, y ya sabes, que llegar tarde sólo es creer que te quedas sin tiempo porque una aguja lo dicta. Somos adictos a creer lo que nos cuentan y se nos olvida creer en nosotros.
Ojalá gritásemos todos a la vez más veces, bailásemos más veces, follásemos más y nos doliese menos darnos cuenta de que así también nos enamoramos.
Pero yo he venido hablar de Madrid, de las tres letras en un bar, de la poesía de otros, de la música en las manos de un desconocido, de la voz de una desconocida, de las lágrimas que son de sal y curan, he venido, pero también me voy.
Que las ciudades nos pillen confesados, que nos vamos a morir igual.