lunes, 2 de marzo de 2015

Tengo alas en sus manos.


Le pedí que dejara la puerta abierta y se abrió una herida.
Nunca le dije que podía correr imaginando que vuelo, con los ojos cerrados,
que voy mucho más deprisa cuando nos acercamos descalzos,
y ahora que lo pienso las noches son menos largas y el frío mucho menos frío,
y las flores secas están igual de muertas pero aún cambian de color.
No sabría hablaros de Marzo con las manos vacías,
ni contar estrellas si no es en su pelo,
ni saltar los días.
O quizás sí que sé y se nos está olvidando,
ese era el truco; olvidarlo todo.
Caer en punto muerto en la cuenta de otra,
salirnos de la nada y creer que hay un todo,
dejar la copa medio rota,
y el vaso jodido.
No conozco mayor símbolo de la libertad que mirar hacia arriba,
ni mayor esclavitud que una cama,
lo siento; nos desconozco una y otra vez,
quizás es mi afición a conocerte cada día como si fuera el primero,
quizás mi vicio a las cosquillas,
quizás arriba,
en la cama,
otra vez,
el primero.
Espero que sepas de qué hablo cuando no digo absolutamente nada,
y que me beses, joder,
que me beses de una puta vez.

Bienvenida a Marzo, la estación donde dejé de perder trenes para aferrarme a uno.
De muchos.