viernes, 6 de mayo de 2016

Maletas.


Ayer me sentí cobarde luchando por defender que soy valiente, mientras me quedo quieta con el miedo, esperando un golpe a los estados de ánimo.
Ayer quería, quería casi tanto como hoy, porque nunca es demasiado.
¿Cuándo?

Me han hecho la mejor foto en la que me podía ver reflejada por dentro,
y tiene vistas a esa ciudad enorme y caprichosa en la que ya no queda nadie sujetando mis muñecas.

Si me hubieras llamado a tiempo habría hecho mejor las maletas;
le estoy dando demasiadas vueltas a la idea de no darle más vueltas.

No me gustó mentirte, pero no fui yo quien te pidió que me creyeras.
Estuviste mucho tiempo encerrada en aquella caja que yo guardaba en mi pecho.
Y sonabas cada mañana, como un despertador que anuncia una tormenta.
Con los destrozos cosiste enredaderas en mis costillas, lo pusiste todo perdido de flores y raíces
y otras se ofrecieron a trepar.
Tú te hacías la ofendida, y yo no quería jugar.
Me dejaste ser, dejándome a mí de lado y te convertiste en la escusa perfecta para huir del ruido.
Me enfriaste las palabras sin necesidad de hielo y me volcaste la esperanza aún sabiendo que ya estaba en la cuneta.
Me colmaste el vaso con besos que no eran nuestros,
con noches que no sabían a nada,
con días que podían llenarse porque no tenían nada.
Y yo... Yo quise pasear contigo hasta desgastarme.
Aunque estuviéramos encerradas en algo para lo que yo no encuentro adjetivos, pero otros llamaron “tiempo”.
Te fuiste, sin saber a dónde y yo deseé que no tuvieras el valor de volver nunca más.
Me dejaste una maleta con las cosas importantes y yo brindé por darme cuenta de que después de todo siempre queda nada.
Tenía corazón aunque tú lo perdiste.
Tenías suerte y me perdiste.
Tuviste ocasión de hablarme de futuro antes de ser pasado,
pero lo hiciste en presente, de los que no van a ninguna parte,
por eso ahora es pasado.

Te quise durante dos días y una noche,
y de verdad: me hubiera quedado.
Pero tú me lo advertiste: No hay nada aquí a mí lado.

Y yo hice otra vez las maletas.
Qué iba a saber Madrid, si la quise tanto que casi pierdo la cabeza.
Qué ibas a saber tú de mí, si te quería sin conocerte y no entiendes que ahora que lo hago, no.
Lo siento Madrid, por todos los platos que dejé rotos, por ponerlo todo perdido de heridas que nadie es capaz de cerrar.
Lo siento por ella, porque si me hubiera quedado seríamos dos.

Pero estoy muerta. Lo saben los que me vieron acudir a mi propio funeral con un ramo entre las piernas, por aquellos que se prometieron dejar un montón en la puerta de alguien a quien pedir perdón.
No lo entiendes, verás; lo hice bajo una advertencia y ellos gritaban: estás muerta.
No, no llames; tengo la mirada perdida y otra se la ha encontrado.
Si encuentro el arma a tiempo, cuenta tú el tiempo que se tarda en desaparecer del todo.
Lo siento. Por eso lo hago; ojalá te des cuenta.

Estar muerta para mí es estar viva.
Apunta,
dispara
y tranquila.