miércoles, 22 de febrero de 2017

Y ahora estoy menos ciega.


Cuando era pequeña tenía una visión distorsionada del mundo, quizá era feliz así, viendo las cosas a mi modo, quizá ni si quiera tenía miedo. Los golpes llegaban porque tenían que llegar, y yo sólo podía llorar al recibirlos, no había otra forma, no podía cambiarlo. Yo no. Mi consuelo era saber que en menos de media hora volvería a estar jugando. Como si nada, porque era todo.
Supongo que un día alguien decidió cambiarme esa visión, modificarla, ponerme de repente la realidad delante, sin más. Mi madre me cuenta que dejé de correr, estaba tan asustada que sólo quería abrazarla, que me negaba a hacer cualquier cosa que implicase separarme de ella.
Igual, por eso ahora llego a este punto; he dejado de correr, me niego a cualquier cosa que me lleve a alejarme de mí. Aunque sé que ahora no tengo unos brazos a los que aferrarme y sentirme a salvo. Estoy naufragando y la banda sonora de mi vida es una canción que habla siempre de lo mismo. Yo soy recuerdo, harderé con todo. Soy las migajas que quedan de mi propio ser. Soy el campo minado de todo lo que no quise ver. Soy una sombra. Soy un espacio en blanco. Soy la risa de un niño que permanece en el parque. Soy el niño que desapareció buscando la pelota. Soy la pelota que nadie encontró. Estoy aquí de rebote. Soy la señal de salida de emergencia, pero sin salida. Soy un callejón, me he encerrado en mí misma. Soy un luto. Soy un silencio. Soy todo el tiempo que jamás malgasté porque al menos te tenía dentro.
Soy el miedo de todas mis vidas anteriores, el que sentí en mi infancia, la ecuación del que siento ahora, soy la incógnita, porque no sabré hallar respuesta, ni consuelo.

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