No te creo.
En el epicentro de la razón estaba tu
recuerdo.
Y no te creo.
Igual tendría que aprender a volar más
alto,
lejos de tus caídas,
de tus idas y venidas,
de tus huidas.
Porque no te creo.
Dices que me quieres,
y me hieres.
Que me echas de menos,
más que siempre.
Pero no te creo.
Lo cierto es que prefería destruirte.
Y ya lo hago.
Paseando por su cuerpo me he encontrado
medallas, recuerdos, restos de los besos de otros que murieron de
amor por ella. En sus manos aún veo huellas del paso del tiempo,
caen desde sus pestañas.
Igual si fuera más valiente podría
admitir que paseo las calles que sé que pisa por si se cruza y me
vuelvo suelo.
Suelo sentirte cuando me miro al
espejo.
Ni si quiera la he visto colgando su
ropa del ventilador cuando el calor no encuentra otro sitio mejor en
el que quedarse que en su boca. Su boca.
Cualquier día nos vamos a matar, y va
a explotar la poesía.
Igual deberíamos preguntar qué
pensará la persona que te acompaña en el terreno sentimental, qué
piensa de todo esto. Igual no, por todos esas amantes de tus Sábados
noche.
No sé, igualmente no te creo.
Pero por favor, deja las manos donde
pueda verlas,
que destruirte, es destruirme a mí
después.