Te estoy escribiendo cómo fijando los
manos en algo,
como si quiera decirte que a las
enfermedades hay quien las baila desnuda,
que las cicatrices que son bonitas,
que hay sueños que se cumplen,
que mudo de piel y de ciudad cualquier
día.
Y es que, no sé por qué se empeñan
las putas carreteras en abrir heridas,
tenía que haberme quedado en tu ciudad
contando las colillas de nuestros porros,
y no estar tan triste en pleno verano.
Mira, hace un calor que te vives,
y yo sigo temblando sin nadie que me dé
la mano.
Hay quién aún no sabe dar abrazos a
distancia,
pero yo te los dibujo,
y si quieres, puedes mirar; te los
estoy escribiendo,
despacio.
Perdóname, nunca he sabido muy bien
cómo hacer esto,
sólo quiero que no sepas nunca de
tristeza en ti,
pero que sepas que estoy,
triste, o contenta.
Tenemos tantas cosas pendientes que no
sé cuándo cojones piensan caernos. No sé si me explico.
No sé tú, pero yo veo un porro y me
río antes de fumármelo,
y cualquier día me presento con un
vestido de flores, para que me líes cuando estemos tan fumadas que
no sepamos que hay flores que no marchitan, ni se fuman, que no son
amarillas, ni rojas, que son del color de un esparrago, y de una
malva.
Joder qué poco poeta estoy, pero, ¿de
qué no sonríes?
Cuídate. Pero sin despedirte. Y
mejórate. Pero sin cambiar.
Beso y abrazos, y más besos y más
abrazos. Y un super porro, bonita.
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