miércoles, 18 de septiembre de 2013

Duerme, que es tarde.


Cada vez que me cruzo con una chica triste, me quedo un rato más frente al espejo.
Qué fea es la tristeza cuando no la puedo mirar contigo al lado.

Estamos todos tan acojonados que el camino fácil es enfadarse y morirse. Como el que tira una piedra y le caen 100 encima. Así, mi vida.


No sé cuánto cuesta la felicidad, pero a mí me están dejando toda la tristeza. Lo demás, es de más. Y a todo le estamos dando tanta importancia que no sé cómo voy a salir de esta.
Ciudad.

Te estoy poniendo de todos los colores.
Y me sigues pareciendo igual de gilipollas.
Aunque la vida se vista de seda, zorra se queda.

Hasta aquí. Y un poco más allá me sigo echando muchísimo de menos.

Soy colilla en un cenicero que lleva años sin vaciarse.
Quién se ha atrevido a pintarme de gris la vida para que no levante cabeza.
Tengo el humo en los ojos, y así es imposible que dejar de llorar.

Tengo tanto tiempo que me sigue pareciendo que es tarde para no estar muertos.
La única forma de pasar de todo es dejar que te pasen por encima. Y que sea un tren.
Pero, ¿quién iba a recoger los pedazos?
Por ahora sólo tengo roto el corazón y nadie es capaz de acercarse, no vaya a ser que quiera que se quede. 
De todo lo demás, ni hablamos. Yo tampoco lo he encontrado nunca.

Te estoy pidiendo que me salves. Ya sé que no tienes ni idea de cómo.
Ojalá salvarse a uno mismo no fuese una forma más de estarse torturando por no saber cómo.

Amor, yo ya vivo en tu ciudad. Ya sé que no me has visto. Tranquila, yo tampoco sé dónde mirar.

Me deseo lo mejor. Pero sé que no te voy a tener.



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