Hoy he despertado con el corazón
manchado de “ojalá”,
y me ha dolido cómo el saber algo que
nunca llegará.
No hace falta que diga menos,
sólo quiero tener algo que no sepa,
y descubrirlo lo suficientemente tarde
cómo para no poderlo parar,
ya no hay sitio en el que quepa
no hay sitio que no se rompa conmigo y
todos estos pedazos.
Empicada hacía la muerte.
O hacía la vida.
Lo cierto es, que a veces lo confundo.
No hay nada peor que decir la verdad y
que no te crean.
Que si no confían, genial,
la putada es no poder demostrar lo
equivocados que van.
Tengo la suficiente fuerza como para no
tener fuerzas nunca más.
No hay quien acepte que quiera morir
para ser eternidad en tu ciudad,
vayas donde vayas.
Qué putada no poder mezclar amoniaco y
lejía,
qué putada que a estas alturas nadie
me haya tirado el corazón a la basura,
qué putada que nadie quiera apretar el
gatillo.
Pero es que es tan bonito pensar “la
muerte está cerca”,
y tan jodido volver a respirar,
que, no sé cómo cojones voy a poder
volar.
Pero por favor, vuele o no,
quédate, joder,
qué
da
te.
Que no sabes lo jodido que resulta
escuchar una vez más “no sé lo que quiero”.
Cómo si lo que estuviera haciendo
fuera pedir un “te”,
y tú, como quien oye llover.
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